En Argentina el Estado ha sido demolido: es ineficiente, penetrado de corrupción, carente de supervisión y controles, gigantesco y paquidérmico. Yaciretá, “catedral de la corrupción”, costó 5 veces más que el monto presupuestado, demoró 3 décadas y no está terminada. Hay un consenso público que la dilapidación y destrucción de riqueza es un componente de la inversión estatal. Ideólogos y corruptos siguen defendiéndola con expresiones altisonantes como defensa de la soberanía, integración social, cubrir servicios que el sector privado no atiende, distribuir la riqueza etc., lo que ha producido el estancamiento económico y social argentino, y bajos salarios.
El inversor privado ineficiente, quiebra. El Estado ineficiente, le cobra las pérdidas a la ciudadanía creando impuestos o endeudándola.
El Estado, paquidérmico, debe invertir en los sectores que son su responsabilidad indelegable: “afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común y asegurar los beneficios de la libertad” y dejar al sector privado las inversiones para “promover el bienestar general”.
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Sin embargo, con esta crisis económica mundial, han sido los organismos financieros privados los que cobraron sus pérdidas al Estado. Yo prefiero que el Estado pague las pérdidas de nuestras empresas de servicios públicos, que para eso está, y no que le pague a los bancos.
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